Que Hollywood dedica ingentes cantidades de dinero a superproducciones espectaculares es bien conocido por los espectadores, que ahora disfrutarán de los impresionantes efectos especiales de "2012", un filme de desastres elevado al cubo que rezuma dinero por los cuatro costados.
Los 200 millones de dólares de presupuesto con los que ha contado el alemán Roland Emmerich ("Independence Day", 1996, o "The Day After Tomorrow", 2004) se pueden sentir en cada uno de los 240 minutos en los que transcurre una historia que, por guión, podía haberse contado en apenas hora y media.
El resumen es bastante simple: por una conjunción de fenómenos físicos, la corteza terrestre se va a desplazar y el mundo va a desaparecer en 2012.
Una vez pasada la excesivamente larga introducción y como toda película de catástrofes que se precie, la historia se desarrolla en los días previos a la destrucción, con varias historias entremezcladas de personajes que se enfrentan a ese fin de manera diferente.
Emmerich intercala las escenas de desastres, que son las que verdaderamente sostienen la película, con las más personales de los protagonistas (John Cusack, Amanda Peet, Chiwetel Ejiofor o Thandie Newton), hechas para que el espectador pueda respirar y descansar de tanta acción pero que ralentizan en demasía el avance de la historia.
Llena de guiños al espectador estadounidense, como una suerte de nueva versión del Arca de Noé, y hasta con un defensor de las teorías de la conspiración (un histriónico Woody Harrelson), todo en este filme es una excusa para mostrar las fantásticas escenas de efectos especiales.
Porque son las escenas de destrucción la razón de ser de "2012", que ha contado con un holgado presupuesto (lejos sin embargo de los 500 millones de "Avatar", de James Cameron) que ha permitido a Emmerich hacer todo lo que había imaginado y más.
"Con ese dinero puedes hacer algo tan grande que todo palidece a su lado", ha afirmado el realizador.
El resultado son unas tremendas, impactantes, impresionantes, sorprendentes, explosivas y destructivas secuencias que hacen al espectador revolverse en su butaca esperando el final.
Pero fuera de ello, ni los actores pueden creerse unos papeles desdibujados, ni los guionistas (Emmerich y Harald Kloser) parecen haberse esforzado lo más mínimo por hacer una historia creíble.
Total da igual, lo que quedará de esta película serán los terremotos, tsunamis o las erupciones volcánicas que se llevan todo a su paso.
Desde California (con su gobernador, Arnold Schwarzeneger incluido) a la Casa Blanca, pasando por Río de Janeiro o el mismísimo Vaticano.
"2012", que ha utilizado la profecía maya del fin del mundo como estrategia publicitaria, llega mañana a los cines de todo el mundo.
Los 200 millones de dólares de presupuesto con los que ha contado el alemán Roland Emmerich ("Independence Day", 1996, o "The Day After Tomorrow", 2004) se pueden sentir en cada uno de los 240 minutos en los que transcurre una historia que, por guión, podía haberse contado en apenas hora y media.
El resumen es bastante simple: por una conjunción de fenómenos físicos, la corteza terrestre se va a desplazar y el mundo va a desaparecer en 2012.
Una vez pasada la excesivamente larga introducción y como toda película de catástrofes que se precie, la historia se desarrolla en los días previos a la destrucción, con varias historias entremezcladas de personajes que se enfrentan a ese fin de manera diferente.
Emmerich intercala las escenas de desastres, que son las que verdaderamente sostienen la película, con las más personales de los protagonistas (John Cusack, Amanda Peet, Chiwetel Ejiofor o Thandie Newton), hechas para que el espectador pueda respirar y descansar de tanta acción pero que ralentizan en demasía el avance de la historia.
Llena de guiños al espectador estadounidense, como una suerte de nueva versión del Arca de Noé, y hasta con un defensor de las teorías de la conspiración (un histriónico Woody Harrelson), todo en este filme es una excusa para mostrar las fantásticas escenas de efectos especiales.
Porque son las escenas de destrucción la razón de ser de "2012", que ha contado con un holgado presupuesto (lejos sin embargo de los 500 millones de "Avatar", de James Cameron) que ha permitido a Emmerich hacer todo lo que había imaginado y más.
"Con ese dinero puedes hacer algo tan grande que todo palidece a su lado", ha afirmado el realizador.
El resultado son unas tremendas, impactantes, impresionantes, sorprendentes, explosivas y destructivas secuencias que hacen al espectador revolverse en su butaca esperando el final.
Pero fuera de ello, ni los actores pueden creerse unos papeles desdibujados, ni los guionistas (Emmerich y Harald Kloser) parecen haberse esforzado lo más mínimo por hacer una historia creíble.
Total da igual, lo que quedará de esta película serán los terremotos, tsunamis o las erupciones volcánicas que se llevan todo a su paso.
Desde California (con su gobernador, Arnold Schwarzeneger incluido) a la Casa Blanca, pasando por Río de Janeiro o el mismísimo Vaticano.
"2012", que ha utilizado la profecía maya del fin del mundo como estrategia publicitaria, llega mañana a los cines de todo el mundo.
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